Jornada "pro orantibus": los que rezan
La vida monástica no es para todos. Cada uno tiene su vocación y su modo de seguir a Cristo. El matrimonio o el sacerdocio también son vocaciones y un modo de seguir a Cristo. Todas las vocaciones son buenas, respetables y necesarias. Pero cada una tiene sus características propias, y esas características son un recordatorio, un signo para los que viven su cristianismo de otra manera. Un recordatorio de algo que también es suyo, pero que no lo pueden vivir con la intensidad con la que lo viven los que tienen el carisma o la vocación. Monjas y monjes nos recuerdan que la vida cristiana es una continúa oración, nos recuerdan esta recomendación de Jesús de “orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1).
Para la mayoría de los cristianos el orar continuamente no puede hacerse “en acto”, sino como un estado de ánimo, como una conciencia difusa, aunque constante, de estar siempre en presencia de Dios. Eso sí, todo cristiano reserva algunos momentos del día para hacer de esta conciencia difusa una conciencia consciente, para hacer de esta presencia de Dios un acto explícito. Es lo que se llama oración. Pues bien, monjas y monjas nos recuerdan esta dimensión propia de la vida cristiana y ellos lo hacen insistiendo en momentos de oración más frecuentes y permanentes. Ese es su carisma. La Iglesia nos invita a dar gracias por su vida y a solidarizarnos con sus necesidades.
El salmista preguntaba a Dios: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. Sí, ¿quien soy yo para que Dios me tenga permanentemente en su memoria? Monjes y monjas nos recuerdan que la buena actitud ante un Dios que siempre nos tiene en su memoria, es teniendo nosotros a Dios en la nuestra. En la memoria solo están los muy queridos, los muy cercanos, los que me seducen, los que me enamoran, los que me atan con cuerdas de amor, los que nunca me dejan. El carisma de la vida contemplativa nos recuerda que la buena respuesta ante un Dios que siempre se acuerda de nosotros, es acordarnos nosotros siempre de él.