Ha fallecido el BIBLISTA Antonio RODRÍGUEZ CARMONA
Semblanza de Antonio Rodríguez Carmona
Francisco Contreras Molina
1. El exégeta que une dos orillas: la ciencia bíblica y la fe
Abriéndonos al mundo de la interpretación bíblica –inútil intento, por pretensioso, sería el de abarcar lainmensa, si no inconmensurable panorámica de la Biblia–, se detecta un síntoma alarmante que el ojo avizor deAntonio Rodríguez Carmona ha sabido detectar: una especie de esquizofrenia. Éste es el peligro real que nosaqueja últimamente: la separación y el alejamiento de dos ámbitos antaño unidos, pero que hoy andanapartados: el mundo de la ciencia bíblica y el campo de la fe y de la pastoral.
No hace mucho, el sabio patriarca de las ciencias bíblicas Luis Alonso Schökel lamentaba durante sudiscurso de despedida el hirien- te contraste a que asistimos en el noble oficio de la interpretación: “No es raro elexégeta a quien llamo el anti-Ezequiel. En efecto, el profeta, enfrentado a un estrato de huesos calcinados,invocaba el espíritu y los huesos se transformaban en cadáveres perfectos, invocaba al espíritu y los cadáveres, vivos, se ponían en pie. Su antípoda es aquel exégeta que toma textos vivos y palpitantes y los transforma en huesoscalcinados”1.
Hay exégetas cuya labor se concentra en diseccionar el cuerpo or- gánico de la Biblia. Son especialistas endisgregar lo que está unido. Sordos al principio divino de “no separar lo que Dios ha unido”, siguen empeñadosen separar. Hacen de su tarea un páramo tan seco como de-
1 L. Alonso Schökel, “En las huellas de Moisés”, en Acta Pontificii Instituti Biblici, 1994-95, vol. X, n. 1, 116-117.
solador, sin agua y sin árboles de vida, antónimo de aquel terreno re- gado del paraíso del Edén (Gn 2,10) y quefecunda toda esperanza hu- mana, según señala el libro del Apocalipsis: “Y me mostró un río de agua de vida,reluciente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, a un lado y otrodel río, hay un árbol de vida que da doce frutos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación delas naciones” (Ap 22,1-2).
El otro riesgo es acudir a una interpretación pretendidamente pía, aparentemente espiritual, que prescindede la seriedad del estudio, de las necesarias mediaciones de la palabra humana en la que –de hecho, dentro de lahistoria de la salvación y en gratuito gesto de condescen- dencia divina– se ha encarnado la Palabra de Dios.
Esta interpretación, realizada sin base objetiva, ni control para sa- ber a qué atenerse, vuela en alas de laalegoría o de la ficción; va de acá para allá movida por el simbolismo más errático o del subjetivismo más antojadizo. Ya no se hace exégesis, sino “eis-egesis”. No se obtiene del texto bíblico el potencial de su riquezalatente. La tarea de interpretar la Palabra se convierte, entonces, en fatuo ejercicio de deslumbrante prestidigitador. Y vuela por unos cielos fantásticos que no llevan a nin- guna parte. So capa de espiritualismo secae en los dos grandes errores, ya detectados por el papa Juan Pablo II: el fundamentalismo, que con- siste eninterpretar la Biblia al pie de la letra, lo cual es una forma de suicido del pensamiento, y el espiritualismodesencarnado, que enca- dena al lector en las mallas de la propia y subjetiva opinión sin el re- curso de unaansiada verificación.
¿Dónde está la mesura, dónde situar la ecuanimidad y el sano equi- librio?
La dicotomía y el desacierto se originan en la parcialidad a ultranza, en la destotalización de la totalidad, queacentúa con tanto énfasis una faceta que la otra cara de la moneda queda relegada en la penumbra.
Consiste la tarea bíblica en una labor científica, ejercitada con todo el rigor requerido y que nada deberíadejar al azar. Se trata de una ac- tividad dura y difícil, onerosa: hacer hablar al texto. A veces, hasta so- meterlo acierta “tortura” para que desaloje de sí sus mejores recursos. Pisarlo y estrujarlo en el lagar de la fatiga para quedestile el más sabroso vino.
Pero si se olvida la interpretación “espiritual”, esto es, hecha en el Espíritu, la exégesis se limita a una fríaconsideración, aséptica y ano- dina, que ofrece datos y más datos, pura gnoseología, limitándose a informar, yque deja la cabeza caliente y el corazón frío.
Hay que compaginar una investigación seria, científica, con una hermenéutica cristiana. Equilibrar elaspecto histórico y el creyente es del todo necesario para percibir el sentido más genuino y profundo de la Biblia.
Incorporando un principio filosófico de Heidegger, que parece fe- cundo para el acercamiento a la Escritura,puede afirmarse que inter- pretar no consiste en repetir lo ya dicho explícitamente, sino en expli- citar lo queestá implícito, descubrir su sentido oculto: “expresar lo no dicho” (das nicht gesagt aussagen)2.
Quien nos hace pasar de la oscuridad de la letra hasta el resplandor de la verdad es el Espíritu Santo (Jn16,13); él es la luz que nos guía, tal como rezaba con esta repetida oración el cardenal Newman: “Guía- me, ohdulce luz desde las sombras, hasta la verdad”.
Tal vez, la honda sugerencia de una estrofa sea capaz de ayudarnos a vislumbrar el influjo de una mano denieve que puede hacer arrancar la música dormida en las palabras de la Biblia:
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas,esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas! 3
Esa mano de nieve constituye todo un misterioso símbolo; es el de- cisivo poder del Espíritu, potente parasuscitar y hacer surgir las mara- villas escondidas en el arpa dormida y en las silenciosas ramas pobladas depájaros, a saber, en el texto sagrado que parece dormido pero está cuajado de música. “Para ti es mi música,Señor (Sal 100)... despertad cítara y arpa, voy a despertar a la aurora” (56,9), oraba entusiasmado el salmista.
2 Cf. M. Heidegger, Kant und das Problem der Metaphysik, Bonn 1929, 193.
3 G. A. Bécquer, Rimas y leyendas, Buenos Aires 1939, 21.
Hemos de seguir insistiendo en esta síntesis interpretativa antes de que el verdadero y único camino sebifurque y las dos sendas abiertas se alejen, una de la otra, sin remedio. Una senda a evitar sería la exé- gesis pura y dura de la letra. Otro sendero aciago sería una ingenua devoción. Reclamamos un estudio que sea almismo tiempo compro- metido y competente, creyente y ungido, de la Palabra de Dios.
Este artículo rinde homenaje a Antonio Rodríguez Carmona, pro- fesor y compañero, con motivo de sujubilación. Él ha sabido armo- nizar en su vida –intentaremos señalarlo más adelante, aunque sea tan sólo pespunteándolo–, sin desdoblamientos ni estridencias, sino sabia- mente, en un mutuo y feraz enriquecimiento,su condición de creyen- te fiel y de sagaz intérprete de la Palabra de Dios al servicio humilde de la comunidadeclesial. Su sabiduría bíblica sólo ha podido germinar de una profunda y creyente comunión con Dios. Únicamentedesde esta unión brota la unción, y de la unción nace la iluminación.
2. El servidor fiel de la Palabra de Dios
La vida de Antonio Rodríguez Carmona ha estado marcada por la vida de la Facultad de Teología deGranada, es decir, marcada a su vez por la vida de la Iglesia.
Una idea fuerza, una profunda convicción, que lleva a sangre y fue- go como un tatuaje en el alma, como unavocación, casi como un des- tino, es gastarse y desgastarse por la Iglesia. Puede escribirse, a manera de rótulo quecompendia su existencia, esta afirmación: entrega a la Iglesia mediante el servicio de la Palabra de Dios.
Trabajar por la Facultad no es atender a un selecto reducto, un te- rritorio acotado, un ghetto o una élite,sino que significa preocuparse por una juventud prometedora, estudiantes, seminaristas, religiosos/as,provenientes de muchas familias carismáticas, seglares oriundos de diver- sas latitudes geográficas, cristianosprocedentes desde el ancho mundo; consiste en promover la comunión y la universalidad. En definitiva y en esencia, significa trabajar por el pueblo de Dios, que es la Iglesia.
Cuántas veces, ante la fatiga acumulada de varias jornadas de tra- bajo –nadie está hecho de piedra, somoshumanos y nos cansamos– o ante la incomprensión de nuestra tarea –incomprensión surgida desde dentro ytambién desde fuera–, hemos hablado y nos hemos animado
con estas palabras, que a él le gusta repetir, como al profeta y a Pablo: “Nuestro esfuerzo no es baldío. Aquíestamos bregando y laborando por la Iglesia de Dios”. Y recordamos las advertencias del apóstol Pablo cuando se despide de los presbíteros en Mileto: “Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os haencargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él se adquirió con su propia sangre” (Hch 20,28).
La Iglesia es de Dios, pertenece a Dios, quien la ha adquirido con la sangre de su Hijo, Jesucristo, y en estaIglesia el Espíritu Santo nos ha puesto como pastores. A cada uno en su sitio y en su tarea, según su vocación y carisma.
Lo mismo que no se debe invocar el nombre de Dios en vano, nun- ca se debe pronunciar el nombre de laIglesia de manera frívola o su- perficial. Reivindicamos un respeto por la Iglesia, que se expresa hasta en lamanera –a veces ligera o superficial– de hablar de ella. Porque la Iglesia es tierra sagrada, ante la que es precisoquitarse las sandalias; pueblo santo, adquirido por Dios a un precio costoso, mediante la sangre de su Hijo,sangre no sólo preciosa, sino preciosísima, que indica la calidad suprema del amor de Dios.
El Espíritu Santo dirige nuestros pasos y nos mueve en el camino de la vida; él es –según la certera expresiónde Haya Prats la fuerza y el alma de la Iglesia– quien ha ubicado a Antonio Rodríguez Carmona dentro de la Iglesia de Dios, en esta Facultad de Teología, para ser servidor de la Palabra.
Y aquí ha desempeñado una amplia y múltiple labor, que es preciso ir desglosando de manera muy sencilla,sucinta. Como profesor. Tam- bién como compañero o colega. Investigador y, por fin, en las tareas de responsabilidad.
Anotamos en primer lugar su dedicación como profesor, directa- mente conectado con la enseñanza de laBiblia. Éste ha sido, sin duda, su principal quehacer. Ha sabido estar siempre cerca de los alumnos, en clase y fuerade clase, de manera afable, procurando en todo momento ayudar y fomentar el entusiasmo por la Palabra. Ha privilegiado el trato con los alumnos. Ha hecho muchas veces suya la frase “el pábilo hu- meante no se debeapagar”. Se ha arremangado y puesto a la obra: hay que animar lo que está débil y desfalleciente.
No es que de entrada aparezca su porte muy risueño –la verdad sea dicha–, pero nunca se ha mostrado frío nidistante; en su trato, a media distancia, se ha mostrado de continuo tierno y entrañable. Él puede cum- plir lo que enlos primeros años de la Iglesia pronunció el gran maestro judío –así recordamos al autor de la religión judía–Johanan Ben Zakay: “Mucho aprendí de los libros, más aprendí de mis maestros, pero mu- cho más aprendí demis alumnos”. Entre estos alumnos nos congrega- mos, de manera festiva y agradecida, muchos de lospresentes.
Ha dotado de densidad y rigor a sus clases, con su peculiar viveza a la hora de explicar. Como vibra con laBiblia y se expresa pletórico de entusiasmo, es capaz de comunicar por contagio el amor a la Palabra de Dios. Yo he podido ser testigo de su preparación a fondo, remota y próxima, de las clases. Preciso es señalar que no, pormuchos años em- pleados en la docencia, están ya las clases preparadas del todo. Antonio sí posee, en dosis yespíritu, ésta que llamaría su primerísima cualidad como profesor, el pundonor: conciencia viva de su deber yde la alta responsabilidad que su servicio presta. La tarea bíblica es ingente y ca- si abrumadora. Por otra parte,también resulta grata y atrayente, porque hace acrecentar en los alumnos de hoy, que más tarde serán altavoces del evangelio, nada más y nada menos que el celo por la Palabra.
Nunca un concilio ecuménico dedicó tantos elogios y alabanzas a la Sagradas Escrituras como el Concilio Vaticano II: “Es tan grande el po- der y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia,firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpi- da y perenne de vida espiritual” (Dei Verbum, 21).Ante tamaño reto, ya no queda sino una preparación seria y responsable, no dejando na- da a la ligera o a laimprovisación. A eso le llamo pundonor.
Como compañero, a saber, el que comparte el pan de la Palabra, lo percibimos –tal es sentir unánime–cercano y disponible. No clausura- do en su despacho, cerrado a cal y canto, ajeno a los demás. Recorda- mos supresencia fiel en la cita puntual del café de las doce, casi como un rito diario del compartir humano, tomando un café –sin azúcar, porque él tiene un poco de diabetes, y descafeinado, por eso de la arrit- mia del corazón–,departiendo afablemente con los colegas y hablando con cualquiera, porque cada uno es un compañero y unhermano –no sólo los integrantes del Departamento de Escritura–, de las cosas de la vida, de la Facultad y delos alumnos.
Como investigador, ha trabajado con rigor en las hondas minas de la Palabra. Ha practicado de manera personal este duro ascetismo y también ha recomendado vivamente el acercamiento a la Biblia por medio dela competencia científica, del conocimiento de las lenguas originales, el hebreo, arameo, targum, griego,latín..., y también de las lenguas vivas y de la bibliografía actual y pertinente. Este bagaje resul- ta necesario,imprescindible, a fin de penetrar con más capacidad en las fuentes siempre insondables de la Palabra de Dios.
La imagen natural que nos viene ahora mismo es la de una hormiga que trabaja con paciencia infinita y la delzahorí que no desperdicia un ápice de tiempo. Lo evocamos volcado sobre la Biblia, indagando, es- crutando –daras, siendo darás–, investigando sin desmayo. Fiel a este principio rabínico: “Dale vueltas a la Palabra deDios, pues todo está en ella. Si no lo encuentras, sigue buscando y al fin lo hallarás”. Sin duda, como fruto deesta investigación, posee la facilidad para ser sen- cillo y asequible, abierto y dialogante.
Antonio ha ocupado cargos –es decir, cargas– de responsabilidad. Ha sido en varias ocasiones vicerrector.Ha demostrado un gran sen- tido común a la hora de aplicar las normas y los reglamentos. Le de- bemos, en gran parte, los planes de estudio de que gozamos en la actualidad; ha trabajado en su génesis, confección,redacción y puesta en marcha.
Ha tenido un grandísimo aprecio por la Facultad de Teología, a la que –tal vez esta dimensión no se sepasuficientemente– ha defendido en diversas ocasiones de forma muy clara, decidida y contundente, aun a riesgo dequedar mal visto por algunas autoridades eclesiásticas. No le ha importado. Le ha importado la verdad y el biende la Iglesia, pue- blo de Dios.
Y ha aceptado esta responsabilidad con actitud verdaderamente humilde. Porque, ¿dónde hay gente queacepte un cargo con espíritu generoso y que a él se entregue con lealtad, cuando previamente ha si- do objeto dealguna jugada? Comprometerse a dicha responsabilidad en tales circunstancias muestra un alma humilde y unespíritu de fe, propios de alguien entregado a la labor de la Palabra, no quedándose en apariencias o comentarios demasiado humanos, sino sirviendo con honradez a la verdad: toda la verdad y nada más que la verdad del Evangelio.
Ha sabido organizar muchas peregrinaciones a los santos lugares: Tierra Santa y Rutas de san Pablo. Haaglutinado a profesores de la Fa- cultad y a muchos participantes. Hemos gozado de unos viajes, ador- nadoscon las siguientes características: una preparación pedagógica y espiritual durante un curso, a base decorrespondencia epistolar y di- versos encuentros; y una peregrinación llevada con competencia y se- riedad.No ha quedado piedra sagrada sobre piedra que no hayamos vi- sitado, ni monte santo a donde no hayamossubido, ni ruina a donde no nos hayamos encaramado, aunque fueran las tres de la tarde, en tor- no al horno delas ruinas del antiguo Jericó. A la cabeza iba Antonio, tocada la cabeza con su inseparable gorra blanca yanimado con ese en- tusiasmo que no conocía el desmayo ni el cansancio, que no decaía nunca, aunque cayeraun sol de fuego o subiera el termómetro hasta los cuarenta y pico grados en Masada o en las cuevas de Qumrán. Al mismo tiempo, se ha logrado un ambiente de fraternidad y llaneza, de poder estar a gusto compartiendo laalegría de la fe común y pisando en la tierra sagrada las mismas huellas que dejó estampadas el Señor Jesús. Entonces hemos podido comprobar in situ, gratamente, que Tierra Santa es el quinto evangelio.
Pero la labor de Antonio no queda reducida sólo a la labor de la Fa- cultad. Ha colaborado desde el inicio,asidua e ininterrumpidamente en la ABE o Asociación de Biblistas Españoles. Es proverbial su figura siempredisponible en nuestros cursos internos, estimulándonos, ofre- ciendo su contribución en incontablesseminarios.
Un botón de muestra es este libro homenaje, tejido con motivo de su jubilación. En él colaboran los mejoresprofesores de Biblia de toda España. No quiere esto decir, evidentemente, que los no inscritos no lleguen a estealto nivel de categoría y calidad. Tal vez alguno no se halle registrado. Valga como excusa decir que lamemoria humana es flaca y que el olvido, que nunca debería ser justificado, en esta ocasión al menos sí tiene que ser perdonado.
Cuando se ha invitado a participar a los diversos profesores-colegas con su trabajo escrito, es preciso reseñarun dato sorprendente: todos y cada uno, de manera unánime y concorde, han dicho que sí, han res- pondido con generosidad, añadiendo motu proprio que Antonio se merece este homenaje, pues es sencillo, humilde, muy buen compañero y amigo.
Este libro significa, por tanto, el fruto de unos trabajos, la cosecha de unos buenos amigos, profesores de Biblia, entregada a otro buen amigo. Una deuda de amistad que ahora se condona en parte con la ofrenda,sentida y sincera, de este homenaje. Es verdad que de noso- tros, los seres humanos –pasajeros como el vientoque susurra, sin sa- ber de dónde viene ni a dónde va–, lo que milagrosamente nos sobre- vive es la palabra escrita. Ya sabíamos el mutuo afecto y la estima. Ahora la amistad queda sellada con las palabras escritas. Para que cons- te en el presente y en el porvenir.
En la dilatada existencia de Antonio, en la Facultad de Teología de Granada, en multitud de conferencias bíblicas, en los encuentros de teólogos biblistas de cada año, en los innumerables cursillos bíblicos de verano,en su trabajo como responsable diocesano y colaborador en la formación del clero, en todas partes, ha acudidosiempre con noble- za de miras para iluminar los signos de los tiempos desde la Palabra de Dios.
Éste es su gran servicio y recompensa: ser testigo fiel de la Palabra. Antonio –Dios así lo ha dispuesto en eldesignio de su providencia– ha hecho de la Palabra de Dios el centro de todo su vivir, la ha acogido en su corazónfirmemente, ha echado hondas raíces y desde aquí ha dado y seguirá dando copiosos frutos. La Palabra de Dioses lo que más ha amado, “porque es más preciosa que el oro fino y más dulce que la miel de un panal que destila” (Sal 18,11).
Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. La boca dice lo que el corazón siente. Un testigo esalguien que pone la vida en sus palabras. Antonio ha puesto lo mejor y más hermoso de su vida, que es la Palabrade Dios, en su corazón y en sus labios, como un servicio in- cansable a la Iglesia de Dios.
Por eso le estamos todos nosotros tan profundamente agradecidos.
