Quinto Domingo del TO, ciclo A / Mt 5,13-16


 

Mt 5,13-16

Tiempo Ordinario, domingo 5, Ciclo C            5/02/23

 
MANTENGAN LA INTEGRIDAD EN LAS PERSECUCIONES:
Ustedes son Sal de la tierra y Luz del mundo 
para glorificar al Padre e iluminar a los hombres 


Estos versículos del pasaje de la liturgia de este domingo son aún parte del inicio del sermón de la montaña, conectados por tanto a las Bienaventuranzas; y queremos proponer leerlos y estudiarlos haciendo explícita esta conexión y continuidad.

 

Por lo tanto, Jesús le está hablando a sus discípulos, teniendo en cuenta a las multitudes (óchlos) (5,1), que son los destinatarios de su enseñanza, de las Bienaventuranzas.

 

El pasaje del domingo anterior terminaba, en 5,12, invitando a una alegría y regocijo vistos desde el horizonte del profetismo bíblico: “de la misma manera persiguieron a los profetas…”.

 

En medio de las persecuciones, de nuestros sufrimientos (las primeras 4 bienaventuranzas), y del compromiso con los que sufren (las otras 4 bienaventuranzas), ¿cómo mantener la “integridad” a la que Jesús nos invita cuando dice que somos “sal de la tierra” y “luz del mundo”?

 

La sal está vinculada en la Escritura y en las lenguas bíblicas a la sabiduría y a la paz (Mc 9,50: “tengan sal en ustedes y tengan paz unos con otros”).

 

En efecto, el verbo que nuestras biblias traducen como ´perder sabor´ en griego es “moraino” que significa hacer necedades, actuar de forma insensata, cometer una estupidez, desvariar; y en este sentido, en forma pasiva, volverse insípido. Tiene que ver con el sustantivo “morós”, que significa tonto, estúpido, impío, sin Dios.

 

De esta manera podemos entender la afirmación de Jesús de que sus discípulos son “sal” (con la correspondiente exhortación a no perder el sabor y volverse insípido) desde una perspectiva sapiencial: que los discípulos no pierdan, en las adversidades, la sabiduría del Reino, la sabiduría de las Bienaventuranzas.

 

También en las persecuciones y en la adversidad se pueden soltar las obras buenas y bellas (kalós en griego es bello) con las que los discípulos de Jesús glorifican al Padre e iluminan a los hombres (siendo así “luz del mundo).

 

Para que sus discípulos mantengan la integridad de esta condición de ser “luz”, Jesús los exhorta con dos imágenes: la de la ciudad en lo alto, y la del candil que se pone en el centro de la casa.

 

La ciudad en lo alto de la montaña, que ilumina a todos, nos recuerda la vocación de Jerusalén de Is 60,1-3. Aunque hay biblistas que la relacionan con Safed, ciudad de Galilea que tiene casi 900 mts. de altitud. La idea es no esconderse ni ocultarse, sino ser luz que ilumina y orienta a peregrinos y caminantes.

 

Lychnos es una lámpara portátil, como una alcuza o candil; que se enciende no para ser metida debajo de un recipiente. La palabra “celemín” se refiere a un recipiente para medir granos. Es como se traduce al español el término griego “modios”, que es un recipiente para medir granos en el que caben casi 9 litros.

 

Esta lámpara, por el contrario, se coloca en el “lychnía”, que es un candelero de madera o hierro que está a una cierta altura en el centro para iluminar toda la casa. Refleja así la idea de las casas de los poblados de Galilea compuestas por una sola estancia.

 

Así como la sal no está hecha para perder su sabor y sabiduría, la luz no está hecha para ocultarse o esconderse.

 

¿Cómo iluminar a los demás como la ciudad en lo alto o la lámpara en el candelero del centro de la casa? Con las obras bellas/buenas. Las vemos en Mt 25,44: atender al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado…

 

La primera lectura de la liturgia de hoy (Is 58) quiere ayudarnos a concretar cuáles son las obras bellas que iluminan a los demás y glorifican al Padre.


Alesouri, Sch.P

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