TO - 24 - C / Lc 15, 1-32
Lc 15, 1-32
Tiempo Ordinario, domingo 24, Ciclo C 11/09/22
La liturgia de la Palabra de este domingo pone delante de nuestros ojos y de nuestro corazón unas de las páginas más bellas, no sólo del evangelio según San Lucas, sino de todo el Nuevo Testamento. En esta ocasión, quiero ceder la voz a Y. Saout, un biblista francés, experto en pastoral bíblica, quien, además de trabajar en su diócesis en Francia, también ha colaborado en Bolivia y Senegal.
“Muy cerca de la mitad del relato de Lucas aparecen tres parábolas que constituyen quizá no la cumbre del evangelio –que es la pasión y la gloria–, pero sí la joya más preciosa de la enseñanza de Jesús. A través de la acogida de los pecadores por Jesús, Dios conoce la inmensa alegría de reencontrar, de salvar a aquellos que se habían perdido, y cada cual es invitado a comunicar esa alegría divina. La parábola de la oveja perdida se encuentra también en Mt, pero con un sentido diferente. Las otras dos parábolas son propias de Lucas.
La introducción (vv. 1-2) exige la interpretación del conjunto de las tres parábolas, y sobre todo de la última. Ella nos proporciona dos informaciones: una por parte del narrador: los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercan «todos» a Jesús para escucharle. La otra por boca de los personajes (fariseos y escribas): «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». Así pues, se trata mucho más que de aceptar a gente de mala fama (religiosamente) entre sus oyentes. Jesús come con ellos, y esto no es consecuencia de una invitación, como con Leví (5,29-32): es él quien acoge. De ahí la murmuración de los fariseos y los escribas que ya se han entregado a espiar a Jesús (11,53-54); a ellos es a quienes se dirigen las parábolas.
Las dos primeras se pueden agrupar (vv. 3-10), ya que están construidas sobre el mismo esquema, con una pregunta retórica al principio y una conclusión sobre la alegría en el «cielo» o «entre los ángeles de Dios». La primera pone en escena a un hombre, un pastor que ha perdido una oveja de las cien que posee (pérdida de uno sobre cien); la segunda pone en escena a una mujer que ha perdido una de sus diez monedas de plata (pérdida de uno sobre diez). En ambos casos, el feliz desenlace supone la invitación a los amigos(as) y vecinos(as) a compartir la alegría tras el esfuerzo.
La tercera parábola es mucho más larga (vv. 11-32). Se divide en dos secciones (parábola con «dos focos») y pone en escena al padre de dos jóvenes. En la primera sección (vv. 11-24), el padre ve a su hijo menor alejarse (pérdida de uno sobre dos); no hay búsqueda por parte del padre, sino una evolución y un regreso del hijo «perdido» con una acogida festiva por parte del padre. En la segunda sección (vv. 25-32), el hijo mayor reacciona tan mal ante esta fiesta que su rechazo desencadena un diálogo absolutamente nuevo con relación a las dos parábolas precedentes: el padre explica en él por qué hay que alegrarse. Pero no hay desenlace e ignoramos si el hijo mayor acepta o no participar en el banquete.
Así pues, conviene recordar la introducción de los vv. 1- 2: a los fariseos y a los escribas les corresponde concluir la parábola. Jesús permanece en la línea de su programa de Nazaret: «Anunciar un año de gracia concedido por el Señor»... lo cual desconcierta las expectativas.”