Nazaret
Comenzar a recorrer el País de Jesús visitando Nazaret me parece muy evocador. Era, realmente, un pueblo insignificante, pequeño y pobre, alejado del camino principal que pasaba mucho más abajo. Comenzar por Nazaret es recordar que Nazaret fue el comienzo; un comienzo pequeño y pobre, aparentemente insignificante (como son las cosas de Dios, en la más genuina lógica bíblica).
Así es, aquí en Nazaret todo comenzó; comenzó la historia de Jesús, preparada ya por la Escritura, por el AT. Pero fue la anunciación, con el "sí" de María (la muchacha pobre de Nazaret) lo que abrió el cauce de la encarnación.
Nazaret pues contiene lo mejor de los sabores bíblicos: pequeñez y sencillez, docilidad a la Palabra, trabajo y familia, silencio y oración.
Pablo VI fue el primer Papa en visitar Nazaret (en el memorable año de 1968), y le recordó a la humanidad y a la Iglesia, en un discurso hermoso y magistral, que esos elementos bíblicos de Nazaret fueron la verdadera escuela de Jesús. Un llamativo mosaico a la entrada de la Basílica de la Anunciación recuerda este momento sublime y hermoso. La Basílica actual se construyó uno año después; moderna pero en conexión con la historia, trayendo la memoria del pasado al presente de la Iglesia y de todos los peregrinos que visitan Nazaret.
El arte de la basílica es moderno y hermosamente expresivo, como desmenuzando todos los elementos teológicos de la Anunciación, ayudándose para ello de frases, en latín, de la Escritura, sobre todo de los evangelios, y de los Santos Padres. Pero conecta con el pasado a través de la arqueología de la cueva, dándole el relieve respectivo a María y a José, a la Sagrada Familia.
Todos los días, a las 12 en punto del medio día, los Franciscanos rezan el Ángelus en la gruta que recuerda que "aquí" el ángel del Señor anunció a María.
La enseñanza de Pablo VI es acertada: Nazaret sigue siendo, para el peregrino y para todo cristiano, una escuela de evangelio.
Alesouri, Sch.P