TO - 17 - C / Lc 11, 1-13
Lc 11, 1-13
Tiempo Ordinario, domingo 17, Ciclo C 24/07/22
Este domingo es un buen momento para aprender a orar.
Oímos hablar de muchas prácticas espirituales que pretenden responder a la profunda necesidad de entrar en nosotros mismos, en ese hermoso santuario de la interioridad, para experimentar quietud y calma, acompasando la respiración con la meditación, anhelando sintonizar con la fuente de la vida y del sentido de la existencia. Toda búsqueda auténtica realizada con honestidad es saludable.
Sin embargo, para los discípulos de Jesús, la oración es una experiencia que va, cualitativamente hablando, mucho más allá. Los elementos esenciales de la experiencia oracional que Jesús Maestro enseña y comparte con sus discípulos están presentes en este pasaje del evangelio según san Lucas que comienza, precisamente, con una petición didáctica: "Señor, enséñanos a orar".
Insistimos en que durante todos estos domingos del TO los pasajes del evangelio de Lc corresponden a esa hermosa sección de la subida a Jerusalén en la que Jesús va haciendo escuela de discipulado formando a los Doce en los aspectos más esenciales, donde tiene su lugar, por supuesto, la oración.
La Lectio Divina que hagamos personal o comunitariamente de este texto debe comenzar con la misma actitud de los discípulos: vamos de camino con Jesús, y durante la marcha lo vemos muchas veces hacer oración; y en un cierto momento (por ejemplo, este mismo domingo), como fruto de contemplar al Señor orando, le pedimos que nos enseñe a orar como él.
Aquí es importante reconocer que no sabemos orar; y que Jesús, el Señor y el Maestro tiene una práctica continua y perseverante de oración (de hecho, Jesús ora a lo largo de todo el evangelio; y Lc destaca que lo hace especialmente en los momentos más determinantes de su vida).
¿Qué nos enseña Jesús en Lc 11,1-13?
- La oración de Jesús brota de su singular experiencia de filiación; es decir, de su continua relación, como Hijo, con el Padre. El dinamismo oracional de esta relación filial se fundamenta en que el Hijo sabe pedir al Padre y recibir de él. En la liturgia rezamos el Padrenuestro siguiendo de cerca la versión del evangelio de Mt; en este domingo lo leemos (y oramos) en la versión de Lc. En los dos evangelios la estructura de la oración es la misma: pedimos con Jesús y como Jesús, para recibir del Padre.
- Podríamos decir que en las tres partes en que se divide nuestro texto de hoy, lo que recibimos del Padre está representado en el alimento, especialmente en el "pan". El Padre nos da el pan, el alimento, la vida, todo lo que necesitamos para vivir y existir. Lc 11,5-8 nos invita a aprender a pedir siempre, en cualquier circunstancia; especialmente en medio de las noches oscuras y precarias, en las que parece que es inoportuno e inimaginable pedir. Y como el personaje del relato, pedimos el pan, no sólo para nosotros sino para compartirlo hospitalariamente con los demás, con los que nos necesitan.
- Lo lógico es que todo padre "humano" quiera dar cosas buenas a sus hijos; con cuánta mayor razón el Padre de Jesús le da el Espíritu Santo a los discípulos de su Hijo. La dinámica trinitaria de la oración se explicita aquí: lo que Jesús quiere enseñarnos a nosotros, sus discípulos, es que aprendamos -como él- a pedir y a recibir del Padre, el Espíritu Santo.
El "pan" que necesitamos para vivir y ser nosotros mismos, y compartirlo con los que nos necesitan (compartiéndonos y entregándonos a nosotros mismos) es la acción del Espíritu Santo. Oramos, pues, al Padre como Jesús para recibir el alimento del Espíritu, y darlo e irradiarlo a nuestro alrededor.
Orar como discípulos de Jesús no es otra cosa que aprender a pedir, y a recibir y a compartir el pan del Espíritu.
Alesouri, Sch.P