Cuarto Domingo de CUARESMA, Ciclo A / Jn 9,1-41

 


Cuarto Domingo de Cuaresma 

Ciclo A   /   Jn 9,1-41

Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo 

El camino de cuaresma a través de la Lectio Divina

 

Queremos en esta cuaresma del Ciclo A, con determinación, hacer camino con Jesús recorriendo con él los lugares evangélicos por los que la liturgia nos va llevando a lo largo de estos domingos. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, dice el poeta; en nuestro caso el camino se hace a través de la lectura y la oración de cada texto: la lectio divina.

 

De la mano de Jesús, hemos pasado por el desierto de las pruebas, por la montaña alta de la trasfiguración, por el pozo de la samaritana. Y ahora vemos a Jesús que, saliendo del templo de Jerusalén, nos señala la piscina del Enviado (Siloé). Cuatro lugares evangélicos y existenciales que nos invitan a la conversión, como antesala preparatoria de las próximas fiestas de Pascua.

 

La palabra conversión puede evocarnos realidades muy diversas, la mayoría de ellas, por lo general, de carácter moralista: dejar, por fin, maldades y defectos, para tener comportamientos virtuosos. Inspirados por lo mejor de la tradición litúrgica de la Iglesia, en donde la cuaresma es tiempo privilegiado para la preparación catequética de los catecúmenos que culminará en el bautismo la noche de la vigilia pascual, entendemos la conversión cuaresmal como este itinerario con Jesús que nos conduce a renovar nuestro propio bautismo: la conversión es renovar la vida bautismal (nuestra relación filial con el Padre, dejándonos transformar por Jesús, su hijo, por la acción del Espíritu Santo).

 

El trasfondo bautismal del capítulo 9 del evangelio de Juan

 

La liturgia nos insiste desde tiempos antiguos en la importancia de leer en conexión, como una compacta tríada catequética, los evangelios de los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma (la samaritana, el ciego de nacimiento y el pasaje de Lázaro) en la perspectiva bautismal que hemos señalado.

 

Son varios los indicios que nos llevan a entrever en Jn 9 este trasfondo bautismal: la insistencia en que se trata de un ciego de nacimiento; lavarse en la piscina y el agua de la curación como elementos esenciales; la unción con el barro; Jesús como luz del mundo en el contraste día/noche; el hecho de que el bautismo en la antigüedad, y aún hoy en oriente, sea llamado fotismós (iluminación); el registro pictórico del arte en las catacumbas donde el ciego de nacimiento está vinculado al bautismo…

 

Jesús ve al que no ve

 

La narración comienza cuando Jesús, saliendo del templo, ve al ciego, dando paso a un diálogo con sus discípulos. Los primeros versículos plantean la cuestión de si la ceguera, según la concepción de la época, es causada por el pecado. Jesús, con claridad y en contra de lo que comúnmente se pensaba, afirma que no: la ceguera física no tiene relación con el pecado; no es un castigo. Irónicamente (recordemos que la ironía es precisamente un recurso literario usado con predilección por Jn), en los últimos versículos Jesús relacionará con el pecado la ceguera espiritual de los judíos.

 

Este diálogo inicial con los discípulos es aprovechado por Jesús para darle sentido a la ceguera (y así a toda enfermedad) como ocasión para que se manifiesten las obras de Dios; y esto justamente porque Jesús es la luz del mundo.

 

El milagro como tal (que Jn llama semeion -signo-) está concentrado en tan sólo dos versículos (9,6-7), de los 41 que comprende nuestro texto. Es inevitable evocar aquí, ante la imagen del barro, la acción creadora de Dios en el libro del Génesis. Bellamente, uno de mis hermanos, en nuestro compartir comunitario de la Lectio, ha relacionado esto con la alusión más adelante a los discípulos de Jesús y los discípulos de Moisés, viendo en este texto el proceso de creación de un discípulo. 

 

La insistencia de Jn en la traducción del nombre de la piscina no es casual. Se apoya, para traducir Siloé como Enviado, en la relación fonética (shiloh) de este término con el verbo hebreo enviar. Jesús en el evangelio de Jn es llamado el Enviado, y así es ratificado varias veces en este pasaje. Quien lava nuestros ojos para que veamos es Jesús, el enviado de Dios.

 

Secuencia de interrogatorios y progresiva confesión de fe

 

A partir de aquí, Jesús sale de escena para regresar al final del relato. El mendigo que había sido ciego, en cambio, será sometido a varios interrogatorios (con vecinos, fariseos y judíos; intervendrán sus propios parientes; y al final, el mismo Jesús). 

 

La mayor parte del pasaje está concentrado aquí (del verso 8 al 34).  Es una polémica desatada por la curación; y concluye cuando el que ha recobrado la vista es echado fuera (el riesgo de ser expulsados de la sinagoga por confesar a Jesús como Mesías es la causa del miedo y de la respuesta cobarde de sus padres; y evidentemente refleja la situación de los primeros cristianos, las comunidades jónicas, respecto al judaísmo). Los ingredientes polémicos tienen que ver con la duda de si ese mendigo es o no el que había nacido ciego, con el hecho de que la curación ha sido realizada en sábado, con el cuestionamiento de si Jesús puede o no curar, y con el interrogante de si Jesús es pecador o viene de Dios…

 

Tres veces directamente se plantea la pregunta cómo se te han abierto los ojos / cómo has recobrado la vista (versículos 10, 26 y 15). La pregunta por cómo, por la manera como Dios interviene salvíficamente en la historia, es un eje vertebrador de toda la Escritura. Y el mendigo, como tantas veces en la Escritura, responde relatando el acontecimiento liberador: sólo sé que era ciego, y por la acción de Jesús, ahora veo.

 

Es interesante que ante la duda de si el mendigo es o no el que había sido ciego, él responda yo soy (en griego: egó eimí); porque sólo Jesús usa esta fórmula (relacionada con “el nombre de Dios” en el libro del Éxodo: yo soy el que soy). Algunos exegetas ven, a partir de esto, al ciego, en cierto sentido, como imagen de Jesús con evocaciones pascuales, en la perspectiva del evangelio de Juan.

 

Jesús, en 9,39, ofrece un elemento para que el lector pueda dilucidar esta polémica que gira alrededor de los que ven y los que no ven; se trata de un juicio: recurso literario característico del cuarto evangelio a través del cual los personajes toman posición respecto a Jesús, acogiéndolo o rechazándolo.

 

Así, mientras fariseos y autoridades judías se dividen con una mirada confusa sobre Jesús, el mendigo progresivamente va aclarando su mirada sobre el Señor explicitando su confesión de fe: primero dice que se trata de un hombre llamado Jesús, después que es un profeta, luego que viene de Dios, y finalmente, cuando “lo ve”, lo confiesa como hijo del hombre, y cree en él.

 

Experiencia de conversión

 

Señor Jesús, que en nuestras cegueras se manifiesten -en nosotros- las obras de Dios. Que, en este proceso discipular y bautismal, en este camino de cuaresma, nos sumerjamos en tus aguas, dejándonos lavar por ti, el Enviado de Dios.

Que creamos en ti, y te confesemos como Hijo del Hombre, Hijo de Dios, anunciando al mundo cómo actúas en nuestra historia, salvándonos, porque tú eres la Luz.

 

 

Alesouri, Sch.P

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